viernes, 11 de diciembre de 2015

Estampas en sepia III- ¡Hay Bando!


Estampas en sepia

Diego Salcedo Salcedo
"Zumbambico"

Para el concurso " Recuerdos de mi Pueblo"
de la Junta Regional de Cultura
del Valle del Cauca

Buga 1985




¡Hay Bando!


Al empezar diciembre la banda Pelleja acompañaba a Josecruz Riomalo a pedir para la novena. Josecruz andaba con una hucha, sobre la hucha un Niño Dios antiguo, y gritaba desde los portones:

_ ¡ Plata p´al Niño Dios!

Los bugueños caricaturizaban la escena contestando desde el interior de las casas:

_ ¡ Pren, pren pregón, plata p´al Padre Aragón.!

La Pelleja estaba formada por tres o cuatro viejitos que ya habían parado de envejecer porque pasaban los años y seguían idénticos, con las mismas arrugas, los mismos instrumentos, la misma indumentaria de dril, la misma falta de acoplamiento musical y las mismas piezas de siempre, pero eran populares y la gente salía a oírlos y a reírse un rato.

No he podido precisar si era la tambora de La Pelleja o algún policía quien acompañaba al agente que leía el bando. Lo cierto es que el bando era con redoble y todos salíamos a la esquina de las Santacolomas para enterarnos de la situación, pero lo único que lográbamos saber era que se debían pintar las casas porque ya venía la Semana Santa, o izar bandera el próximo veinte de julio so pena de multa convertible en arresto.

Se veía linda la ciudad embanderada y todos emulaban en tener el mejor pabellón y el asta más elegante. La bandera de don Chepe Azcárate tenía escudo bordado y lucía muy bien en el balcón de la esquina, pero mi papá rezongaba cada vez que la veía porque el escudo no es para usarse en esos casos.



La alcaldía se la turnaban don Chepe Plaza, Romuscal y don Carlos Concha, y sabíamos que habían cambiado entre ellos porque el que estaba reestrenando el puesto recorría la población después del respectivo bando recordando a los vecinos la orden de blanquear o regañando a quien olvidaba izar bandera

Pero l´autoridá, lo que se llama propiamente l´autoridá, la encarnaba Miguel Angel, el eterno policía municipal.

Miguel Angel ya estaba más que maduro, era alto, desgarbado, de bigote ralo, y, aunque no tenía cara de bravo, nos aterrorizaba.

Lo veíamos venir desde la plaza con su uniforme caqui desteñido de pantalones anchos y guerrera raída y corta de mangas, de hombros y de faldas, ceñido por un cinturón universal con hebillas de cobre, armado de bolillo y revólver y tocado con una gorra informe puesta a la pedrada.

Mejor dicho, una pantomima de lo marcial que no resistía comparación con los oficiales del Palacé, siempre listos para que cualquier superior les pasara revista, y sin embargo nos asustaba el carcelazo que nos podía meter Miguel Angel, como lo hacía con los muchachos que cogía caucheriando en el parque o subidos al quenepo robando la cosecha, o al bay-rum por quitarle las hojas para hacer perfumes.

Por eso nos escondíamos de él en los zaguanes, detrás del portón, y siempre nos asomábamos antes de tiempo, cuando pasaba el policía muerto de risa por el susto que nos daba.



No hay comentarios:

Publicar un comentario