martes, 22 de diciembre de 2015

Estampas en sepia IV - Día de Reyes

Estampas en sepia


Diego Salcedo Salcedo
"Zumbambico"

Para el concurso " Recuerdos de mi Pueblo"
de la Junta Regional de Cultura
del Valle del Cauca

Buga 1985



                                             Día de Reyes



Chila nos llevaba los domingos a los bautizos en la parroquia, en diciembre a ver pesebres y en enero a la fiesta de Reyes en La Merced.

De los bautizos poco recuerdo, aparte de la cara de circunstancias de Tomás Quintero, el sacristán, meticuloso y exigente para que todo saliera según la rutina de la liturgia.

De los pesebres me quedaron sueños frustrados al encontrar que el militar de trapo que ponían en la esquina de la casa de cartón era dos veces más alto que la dichosa casa, y que los patos de celuloide de los estanques eran bastante más grandes que las vacas que pastaban a la orilla. Eran mejores los pesebres que me hacían mi papá, mi mamá y mis tíos en las gradas de la ventana porque no los llenaban con esos disparates.


Foto. Archivo fotográfico del Valle del Cauca

La fiesta de Reyes en La Merced si era un programa sensacional. En un mangón grande, de los que abundaban en el barrio en ese tiempo, levantaban un escenario de guaduas y esterilla y un dosel alto con guirnaldas de papelillo y flores artificiales guardadas para eso desde la última rogativa del Milagroso. Allí desarrollaban el auto sacramental con personajes que la víspera habían recorrido a caballo las calles del centro encarnando a Gaspar, a Melchor, a Baltasar y al malo de Herodes.

Herodes declamaba:_ Ya vienen los embajadores, ¡ con qué embajara vendrán, sabiendo que soy Herodes, único rey de Jurá!

En el momento de mayor dramatismo imprecaba el Rey Negro:
_ Herores, Herores, te´oriro, te´escucharo, ¿ habís cambiaro di´opinión?

" Herores" se levantaba de su trono, echaba otra parrafada por el estilo, se quitaba la corona de azúcar que había ostentado en la cabeza durante toda la representación y la arrojaba al público, que la rompía en pedazos para comérsela.

Sonaban los cohetes, se prendían los sacaniguas y aparecía Chiribico tocado de plumas, el cuerpo embadurnado de colores, como brujo africano, y blandiendo un zurriago de verraquillo para repartir latigazos a la pandilla de muchachos que lo acosaban gritándole como endemoniados:

_ ¡Chiribico matapuercos, Chiribico robagallinas!

Así recorrían el barrio y llegaban hasta el Templo alterando la paz y el orden público.

Era una fiesta de verdad aquello.



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