sábado, 30 de enero de 2016

Estampas en Sepia IX- Cinco en todo

Estampas en sepia

Diego Salcedo Salcedo
"Zumbambico"

Para el concurso " Recuerdos de mi Pueblo"
de la Junta Regional de Cultura
del Valle del Cauca

Buga 1985


Cinco en todo


A los seis años me matricularon en el colegio de las Delgado, que vivían frente a la puerta lateral de la Basílica. Me compraron cuadernos y pizarra, lápiz, borrador y sacapuntas y nos prestaron un pupitre viejo que había sido de alguien. Mi tío se echó el pupitre a la cabeza, metí los útiles en el maletín y salimos el primer día de clase, muy orondo y orgulloso yo durante la primera cuadra y media del viaje. Al llegar a la esquina de la Basílica, antes de bajarnos del andén de la plazuela, me saludó un corrillo de futuras condiscípulas que estaban a la puerta del colegio:

_ ¡ Miren quién viene allá!

Ese día conocí el pánico. Di media vuelta, y salí corriendo para mi casa como alma en pena. Ya estaba en el comedor acezando y contándole a mi mamá, cuando llegó mi tío con el pupitre, totiado de la risa. Tuvieron que aplazar por un año lo de mi matrícula y cuando le contaron a Chila, soltó su carcajadita y me dijo:

_ ¡ Vení acá, miquerengüengue asao, ojos de gato en zapallera renegrido en la tuertera biche, que te quiero jalar las orejas!

Chila nos metía las orejas entre el índice y el corazón mientras con el pulgar nos refregaba la patilla a contrapelo. Gozaba con eso y nosotros nos reíamos, pero no nos gustaba de a mucho esa su manera de hacernos caricias.

Al año siguiente las Delgados se pasaron a la casa de misiá Carmen Crespo y yo entré a estudiar muy juicioso. La clase de Rosa Elisa era la de los hombres y Laura era la profesora de las niñas. A la hora del recreo a nosotros nos llevaban al solar y la clase de Laura se quedaba en el patio de adelante. Jugábamos esgrima o a los indios con arcos y flechas, mientras ellas repetían los sonsonetes de Matarile o el de "que pase el rey, que ha de pasar, que el hijo del conde se ha de quedar".


En el Parque Cabal.



Los más grandecitos nos hacían fieros con las bicicletas que les habían comprado para que subieran al colegio de los maristas, en el Molino. A mi no me compraron bicicleta, me tocó subir en bus y lo cogíamos en la esquina de las Dominguez del Campanario, frente a la parroquia.

Donde los maristas teníamos que ponernos el uniforme para ir a misa los domingos, nos enseñaron a contestar en latín y acolitábamos revestidos de rojo y con roquetes. Antes de la misa nos daban las calificaciones, puestos en fila en el patio a la puerta de cada clase:

_ Fulano, cinco en todo menos en aritmética y castellano, que sacó tres, y en historia , que sacó dos y medio. ¡ Cero en conducta!



No hay comentarios:

Publicar un comentario