jueves, 7 de enero de 2016

Estampas en sepia VI- Los mandados.

Estampas en sepia

Diego Salcedo Salcedo
"Zumbambico"

Para el concurso " Recuerdos de mi Pueblo"
de la Junta Regional de Cultura
del Valle del Cauca

Buga 1985


Los mandados

Mi tía me mandaba a comprarle tubinos de hiloseda en el Arti, una tienda para costureras en los bajos de la casa de la Gallega, la más hermosa del Buga colonial. La recuerdo pequeñita y apachurrada, pese a los dos pisos que tenía, y quedaba en la esquina de la quinta con trece, frente al Colegio Académico. El local del Arti era más bajo que el andén, la tienda un primor de limpieza y abigarramiento, y el balcón sobre la trece tenía baranda de madera entablerada como las puertas del presbiterio de la parroquia, pilares tallados y techo saledizo que me ponían a soñar con mosqueteros y espadachines de otros tiempos.

Me gustaba comprar tubinos en el Arti.





Mi abuela me mandaba por pandebono trasnochado donde Carmen Cárdenas, caramelos y panelitas de leche donde las Chamorras o confites a la casa de Carmen Bonilla.

Esas tiendas y otras pulperías eran en la carrera 14 entre quinta y sexta, cuadra que comenzaba con el Oasis, de don Luis Alfonso Delgado, que vendía rancho y kola de bolita en el local donde antes dizque estuvo el almacén de Don Lucio, el papá del Tenor y de Salospi, frente a la plazuela de San Francisco.

Dos tiendas más allá estaba Carmen Cárdenas y al final, antes de las ruinas de El Higuerón, la tienda de las Chamorras. El Higuerón se apodaba así porque era una tienda de esquina, sobre la plaza, que se mantenía llena de "patos", como se mantenían los patos de verdad bajo los palos de higuerón en los anegados de Cauca. Lo conocí demolido, pero cuando allí construyeron el Canaima, resucitó el mejor patiadero del mundo.


Arriba, carrera catorce con calle sexta, el Higuerón.
Abajo, la misma calle, el café Canaima.

La cuadra de esta reminiscencia tenía y tiene todavía la particularidad de no estar formada por casas sino por tiendas, proyectadas como tales muy allá en la Colonia para aprovechar a la gente que se movía entre el mercado de la plaza y la misa  en la Ermita del Milagroso.

A las Chamorras, un par de viejitas lindas y blancas de lo puro caratejas, las engañó un paisa que les hizo llenarle una chuspa de las de Alotero con toda clase de artículos y salió "un momentico", con chuspa y todo, dejándoles en prenda el caballo amarrado a los balaústres de la ventana mientras volvía. Cansadas de esperar, se asomaron a la puerta y sólo encontraron un trozo de lazo viejo colgado de la ventana.

Cuando amanecía con guayabo, mi tío me mandaba a comprarle una botella de chispa en el estanquillo de don Martiniano Garcés, que quedaba en los bajos de la Obra Pía, la esquina de la plaza que hace diagonal con  el palo de quenepo del parque y está frente al Palacio de Justicia por la carrera catorce. En la esquina de tal Palacio estaba la telegrafía y allí los telegramas bajaban y subían de la planta alta por un sistema de cuerdas y poleas que para mi era lo último en eficiencia y en ingenio.


Izq. El Montúfar, frente al Parque Cabal. Der. La esquina donde quedaba la farmacia de Esquivel.

De regreso por la catorce veía las vistas de Tim Mc. Coy y Boy Steele en el Montúfar y aguantaba las bromas de los choferes de la Flota Cabal por aquello de la botella de chispa que llevaba. Eran, cada uno de ellos, una verdadera institución en el pueblo, que los conocía y los quería. Los recuerdo a casi todos: a Micura, a Chirrillas, a Muelegallo, a Dulce, a don Jesús María, a Pacho Barona, a Tino Hernández, a Camachito. Micura tenía una berlina grande con dos asientos plegables en el puesto de atrás, de suerte que en un momento dado podía llevar hasta siete pasajeros, una verdadera novedad. Allí están todavía los sucesores de esos primeros taxistas que se estacionaron para siempre sobre el costado del parque frente a los Portales y que rompían lo austero de la Ciudad Señora con su vocabulario desabrochado y sus comentarios irreverentes que hacían reír al padre Rodas, "Mijito", lo apodaban ellos por cariño.

Otras veces tenía que comprar glóbulos homeopáticos, Cafiaspirina o Cortal en la farmacia de don Tomás Esquivel, en la esquina del Templo, diagonal a la plazuela. La plazuela estaba cerrada por una malla alta y era un jardín tupido, lleno de resucitados, manueliones, achiras, icacos, rosales, lirios, cortejos y careyes, que a duras penas dejaban ver la imagen de la Virgen de Lourdes que puso allí don Modesto.

Hacer mandados era una gran aventura y daba mundo.


1 comentario:

  1. Historias o recuerdos como los suyos son los que esta pequeña ciudad, con problemas de una metrópolis, necesita para reencontrarse consigo misma y con sus gentes, así se trate de un céntrico sector cada día más amenazado por los que gustan lucrarse en nombre de progreso. Gracias, por contarnos lo que no alcanzamos a ver ni ha ser testigos.

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